martes, 15 de mayo de 2012

El 15-M cumple un año

15-M. Un año de indignación en las calles. Hay motivos de sobra, pese a quien le pese, para celebrar la protesta pacífica. Siempre. Hay, también, motivos para criticarla. Pero hay también motivos suficientes para tenerla en cuenta y analizarla. 

Algo cambió desde entonces. Aunque muchos de nuestros políticos se aferren al argumento ad populum de que da igual los miles de personas que se manifiesten, que "los más" no lo comparten, tener a miles de personas en la calle y mirar para otro lado no es una actitud responsable. Sí política, pero no responsable.

La violencia ha sido desterrada. Eso no admite debate posible. Sin embargo, queda la discusión de qué cauces debe tomar el movimiento del 15-M para conseguir de forma efectiva introducir cambios ahí donde se demandan.

Motivos para indignarse hay de sobra. Aquí hemos tratado y trataremos muchos. Para protestar. Para rasgarse las vestiduras, si lo prefieren. El rechazo al sistema, por mucho que el conservadurismo tiemble e intente convencerles de lo contrario, es tan legítimo como el más reaccionario de los pensamientos.

Ahora bien. Una vez indignados y de acuerdo con la necesidad del cambio, pensemos cómo alcanzarlo. Las concentraciones pacíficas muestran la indignación. Pero no se puede esperar que los cambios vengan de los dirigentes que los que protestan no reconocen. El movimiento no es incómodo para ellos porque no les supone una amenaza ideológica. 

Si el sistema no les gusta, cámbienlo. Desde dentro es difícil, pero lograrlo sería un hito. Si la revolución y la ruptura abrupta no es una opción, no pueden condenar a los miles de movilizados a la abstención política. Pregonar la abstención regocija al poderoso, porque el voto nulo y blanco no lo perjudica. Hay decenas de opciones políticas. No me digan que votar al tercer, cuarto, quinto, sexto y trigésimo partido es "tirar el voto", porque tirar el voto es no votar o votar en blanco. El voto es el poder del pueblo, de la masa. Ha costado siglos de lucha social como para negarse a aceptar el verdadero, legítimo único y legal instrumento de cambio no violento.

Tiene un poder enorme, no lo subestimen. Y no subestimen al partido pequeño. Es cierto que la ley electoral está beneficiosamente diseñada para premiar al poderoso, pero no esperen que los poderosos se la cambien. Aunque para tumbar al grande en las urnas necesiten del doble de votos, búsquenlos. Es posible. Es un objetivo. Es una lucha. Un horizonte. Y una meta. Alcanzable.

El 15-M ha mostrado un conmovedor poder de convocatoria y movilización. Tiene a los medios serios y medianamente independientes a su favor (cierto que cada vez quedan menos medios independientes) o, al menos, haciéndole publicidad. Usen ese poder latente para convencer con la revolución de las ideas, esas que la Política tenía pero que la política ya no tiene. 

Por Telma.

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