Leí no hace mucho un artículo
recapitulatorio de la trayectoria del ahora presidente del gobierno de España,
Mariano Rajoy.
En la línea de lo presentado
durante la campaña electoral, se cuenta el ascenso de un político que empezaba
su trayectoria como “concejal de pueblo”, su paso por diputación y su llegada a
Madrid. “Se ha hecho a sí mismo”, rezaba el laudatorio escrito sobre su
persona.
En lo tocante a sus labores
durante los gobiernos anteriores del PP se pasaba casi por encima el hecho de
haber sido, entre otras ocupaciones, segundo de Aznar, ministro del Interior y luego vicepresidente primero por el que nadie daba un duro tras la crisis del Prestige en las costas
gallegas y aquella célebre y desafortunada frase de que el chapapote que
escapaba del petrolero hundido era como “hilillos de plastilina”, lo que le
había valido el sobrenombre del “señor de los hilillos”.
Aquel era el gobierno de Cascos,
Acebes, Rajoy y Aznar, gobierno desgastado en sus últimos años y personajes que
muchos catalogaron tras aquellas torpes gestiones de la crisis medioambiental
como “cadáveres políticos”. No les faltaba razón.
Aznar se retiró y Rajoy se hizo
con un mando que todos los analistas vieron como “de transición”. Tres
elecciones perdidas y suspenso siempre en popularidad, la guerra sucia del
maltraído tema del terrorismo en la primera legislatura ZP y, tras los pactos
PSOE-PP de comienzos de la segunda era ZP, guerra abierta al gobierno con la
crisis; el lastre de las responsabilidades políticas de Rajoy se diluye según
logra mantenerse al frente de su partido en una guerra abierta de corrientes y
varones del que, una vez más contra todo pronóstico, sale vencedor.
El cadáver político de la era
Prestige resurge y arrasa (incluso en Galicia), bajo el contradictorio lema del
“cambio” en un partido conservador y suspendiendo en las mismas escalas de
popularidad. Más que el predecible triunfo en un país en el que la gente vota B
cuando se cansa de A (habiendo posibilidades hasta la J, cuando menos), a mí
casi me sorprende más la capacidad y habilidad del lavado de cara que el
parapeto que ha montado para que las hostias se las lleven sus ministros, únicas
caras visibles del gobierno que algunos ya bautizan como “del desaparecido”.
Y ante esta estrategia, la
incertidumbre de la crisis y la capacidad de ser recordado como “el concejal de
pueblo que llegó a presidente” más que como “el cadáver político que supo
cambiar su imagen”, no soy capaz de hacer quinielas sobre si tal personaje
conseguirá terminar la legislatura. ¿Quién se atreve a hacer pronósticos?
Por Luis
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